Con gran sorpresa y agrado os presento un artículo de Julián Méndez, publicado en el diaro montañes periódico de Santander:
Os lo pongo entero, por ser a mi parecer muy entretenido. Y disculpad la calidad de las imágenes que al ser escaneadas del periódico, pierden un poco, pero aún así merece la pena.
Hubo un tiempo en que quienes escribían y los carteros eran auténticos cómplices
En estos tiempos de prisa y correos electrónicos, cuando usamos el móvil hasta para preguntar el número de plumas que ha perdido el canario en la última hora, las 111 cartas jeroglíficas que custodia el Museo Postal y Telegráfico, más que una rareza, supondrían una afrenta para un sistema siempre apresurado. Pero hubo una época, sin televisión y ciertamente más amable, cuando el ingenio era todavía un bien preciado. Entonces había personas que jugaban con la complicidad de los funcionarios postales o, simplemente, apelaban a sus buenos sentimientos para llevar a buen puerto tareas imposibles.
Imposibles, sí. De los 70 sobres mágicos que se exponen en el museo hay uno que llama poderosamente la atención y que lleva al visitante a imaginar mil historias. La carta, fechada en los años 40, presenta en su portada una fotografía en la que aparecen cuatro mujeres, un perrillo faldero y un muchacho en bicicleta a la puerta de una casa construída por debajo del nivel de la calle. Las mujeres posan para el fotógrafo ocasional, sonrientes, con sus delantales blancos y sus trapos en la mano, sorprendidas y felices ante un cazador de tipismo colonial o un ser extraviado entre bereberes. En el sobre, por toda indicación, se lee: «X Segnorita ???». Y debajo «Ceuta. Spanisch Marokko». El franqueo, una pieza azul de 25 pfennings del Deutfches Reich. La «segnorita» de marras aparece marcada con una equis en el mandil. Eso era todo.

No sabemos cuánto tiempo pasó ni las horas que el probo cartero invirtió averiguando la identidad de la muchacha de la instantánea, preguntando a las comadres, casa por casa, pero el caso es que José Puerta, que así se llamaba el funcionario postal, dió con ella y anotó «Entregada y recogido el sobre a la destinataria». ¿Imaginan que hoy alguien tratara de repetir la historia? ¿Que un visitante casual cumpliera su palabra de enviar una copia de la fotografía que acaba de tomar y se encomendase a la buena voluntad de un servicio de mensajería o similar para hacerla llegar a buen puerto? Y uno piensa ¿respondería la 'segnorita ???' al desconocido alemán que usó semejante método para remitirle una carta? Y, de hacerlo, ¿en qué idioma le escribiría si no tenía cámara de fotos como es de suponer?
Bien. Posiblemente, éste sea el caso más extremo entre las docenas de cartas singulares que custodia Correos. Pero hay más. «Entre los años 30 y 60 hubo esta costumbre de escribir las direcciones en jeroglífico», explica Victoria Crespo, directora del Museo Postal y Telegráfico que se encuentra en Madrid. «Fue una práctica que prosperó sobre todo en Andalucía y Extremadura; en especial en los años 40 y 50. Era una manera simpática de ver si los carteros eran capaces de entregar esas piezas que ellos dibujaban. Todas circularon y todas se entregaron», presume Crespo.
Lo cierto, explica, es que Correos creó una especie de comité de sabios (carteros veteranos, expertos en discurrir acertijos y rumiar soluciones; se supone que seguidores o adoctrinados en la ciencia jeroglífica por Ocón de Oro y quién sabe si por el mismísimo Champollion) encargados de descifrar las aviesas direcciones cuando los carteros de a pie no daban con la solución.
Calígrafos de pulso firme
En Madrid puede verse un buen surtido. Las había de calígrafos de pulso firme y filigrana capaces de reproducir en miniatura un cuadro de Solana y de cincelar con plumilla la dirección de D. Mariano Benlliure, el afamado escultor valenciano, autor, entre otras muchas estatuas de la de Don Diego López de Haro en Bilbao. Otras reproducían dibujos de billetes, pesetas con la carabela de Colón viento en popa y otros motivos imperiales. El mismísimo pintor Manuel Vázquez Díaz se dirigió a sí mismo una carta desde Santander, en 1952. Se dibujó en hábito de pintor con paleta y pinceles en plena plaza de La Cibeles, inconfundible (o casi) con su bata y su boina. Para indicar de forma precisa su domicilio dibujó un número uno a modo de poste sobre el que apoyaba su mano derecha.
Otros, en plan castizo, la enviaban «P'a la Señá Trinidad. Calle de Canarias» y acompañaban las señas con el dibujo de un cartero con la cartera de cuero y un pulido dibujo de la Puerta de Alcalá. No se puede ser más categórico en lenguaje jeroglífico.
Pero si lo del fotógrafo alemán era de nota ¿qué me dicen de la dirección elaborada por las hermanas Mazo? Se trata de una sucesión de líneas y puntitos que se cruzan con un orden y concierto que sólo sus autoras conocían. Algunas de esas rayas muestran unos puntos más gruesos. La carta presenta dos sellos: uno de 50 céntimos, del séptimo centenario de la Universidad de Salamanca, y, otro, de 10 céntimos, de la Lucha Antituberculosa, marcado con la preceptiva Cruz de Malta. Las hermanas (no podían ser tan crueles) indicaban al responsable de Correos que la dirección podía ser descifrada con un pequeño truco: «Debe leerse a la altura de la vista y con un solo ojo», apuntan. (Inténtenlo, pero, la verdad, ni por esas). Las señoritas de Mazo, de Navatejera, en León, mantuvieron este tipo de correspondencia cuajada de trampantojos con una persona que usaba el mismo tipo de lenguaje en Soria.
El legionario melancólico
«Las cartas jeroglíficas constituyeron un caso extremo, pero también un reto para la inteligencia del cartero que, a sus habituales habilidades, debía añadir convertirse en descifrador», apuntan desde Correos. «La mayoría fueron realizadas por autores anónimos. Algunos se convirtieron en auténticos expertos, llegando a formar importantes colecciones», subrayan. Una de ellas, del burgalés Andrés Vadillo.
«También hubo cartas en las que la dirección del destinatario se hallaba expresada alfabéticamente, pero se acompañaba con ilustraciones alusivas, siguiendo el estilo de los cómics de la época», señala Victoria Crespo. En efecto, las hay que remedan los trazos en que Benejam inmortalizó a la familia Ulises en el TBO, otros con cierto parecido a los inventos del Profesor Franz de Copenhague salidos de la pluma de Sabatés y algunos más que apuntan las maneras con la plumilla y la tinta china de Escobar, padre de Carpanta, de Petra criada para todo y de la familia Zipi y Zape con don Pantuflo Zapatilla a la cabeza.
Las hay escritas por militares de reemplazo que se dibujan a sí mismos con el chapiri legionario, la camisa abierta y un aire preocupado junto a un poste donde se indican los kilómetros (200) que le separan de su casa. El soldado (José de la Fuente Manso. Tercio del Gran Capitán, primero de la Legión. Primera bandera, primera compañía. Tauima. Melilla)
franqueó la carta con cuatro sellos (una fragua mora y alfareros bereberes) con la leyenda «Correos Marruecos. Protectorado Español».
Una de las más antiguas (lleva sello de la República) reproduce con exactitud la fachada de un edificio (una flecha señala la ventana donde habita Alfonso Vadillo) y el escudo de una ciudad con la leyenda «Caput Castelle Camara Regia Prima Voce et Fide». Se trata de Burgos. Y la carta llegó.
Junto a la complicidad que, por obligación, se establece entre quienes escribían las cartas y los encargados de entregarlas aflora también tras observar estos pequeños tesoros que los empleados de Correos defendían una especie de vergüenza torera, ese compromiso antiguo de entregar las cartas donde fuera y bajo cualquier circunstancia. Otros tiempos, sin duda.
Y aquí otros ejemplos:

Espero que este artículo sacado del pèriódico de mi ciudad os haya gustado.
Un saludo